Francisco Mora es catedrático de Fisiología Humana (Universidad Complutense de Madrid) y catedrático adscrito de Fisiología Molecular y Biofísica (Universidad de Iowa, EEUU). Doctorado en Medicina por la Universidad de Granada y en Neurociencias por la Universidad de Oxford.
NEUROEDUCACIÓN (II)
La neuroeducación es una nueva visión de la enseñanza
basada en el cerebro. Es una visión que ha nacido al amparo de esa revolución
cultural que ha venido en llamarse neurocultura. La neuroeducación aprovecha los
conocimientos sobre cómo funciona el cerebro integrados con la psicología, la
sociología y la medicina, en un intento de mejorar y potenciar tanto los
procesos de aprendizaje y memoria de los estudiantes, como los de enseñanza por
parte de los profesores.
Como dije en el anterior artículo, en el corazón de este nuevo concepto
está la emoción. Este
ingrediente emocional es fundamental tanto para el que enseña como para el que
aprende. No hay proceso de enseñanza verdadero si no se sostiene sobre esa
columna de la emoción, en sus infinitas perspectivas.
La neurociencia enseña hoy que el
binomio emoción-cognición es indisoluble, intrínseco al diseño anatómico y
funcional del cerebro. Este
diseño, labrado a lo largo de muchos millones de años de proceso evolutivo, nos
indica que toda información sensorial, antes de ser procesada por la corteza
cerebral en sus áreas de asociación (procesos mentales, cognitivos), pasa por
el sistema límbico o cerebro emocional, en donde adquiere un tinte, un colorido
emocional. Y es
después, en esas áreas de asociación, en donde, en
redes neuronales distribuidas, se crean los abstractos, las ideas, los elementos básicos del pensamiento.
De modo
que el procesamiento cognitivo, por el que se crea pensamiento, ya se hace con
esos elementos básicos (los abstractos) que poseen un
significado, de placer o dolor, de bueno o de malo. De ahí lo
intrínseco de la emoción en todo proceso racional, lo que implica aprender y
memorizar.
Los seres
humanos no somos seres racionales a secas, sino
más bien seres primero emocionales y luego racionales. Y, además, sociales. La naturaleza
humana se basa en una herencia escrita en códigos de nuestro cerebro profundo, y eso lo impregna todo, lo que incluye
nuestra vida personal y social cotidiana y, como he señalado, nuestros
pensamientos y razonamientos. Esa realidad se debe poner hoy encima de
cualquier mesa de discusión sobre la educación del ser humano.
Es esta
realidad la que nos lleva a entender que un enfoque emocional es nuclear para
aprender y memorizar, y, desde luego, para enseñar. Y nos lleva a entender que lo
que mejor se aprende es aquello que se ama, aquello que te dice algo, aquello que,
de alguna manera, resuena y es consonante (es decir, vibra en la misma
frecuencia) con lo que emocionalmente llevas dentro. Cuando tal cosa ocurre, sobre todo en
el despertar del aprendizaje en los niños, sus ojos brillan, resplandecen, se
llenan de alegría, de sentido, y eso les empuja a aprender.
Fig. 1: Niños poco motivados en clase. Fuente: http://www.conmishijos.com
Pero esa
emoción en la enseñanza exige matices profundos cuando es aplicada al ser
humano a lo largo de su arco vital. Aprender (y, por lo tanto, enseñar) no es
lo mismo para un niño de 2 o 3 años, que, con enseñanzas ya regladas, para el
niño de 6 años (cuando comienza con el tambor de
las ideas en
Primaria), el púber o el adolescente (que vive en un mundo cerebral convulso
donde los haya), o bien el adulto joven, el adulto medio o el que atraviesa la
ahora larga senescencia. Hoy habría que añadir el periodo prenatal y al
perinatal (aquel que va desde la semana prenatal 32 hasta los 2 meses
postnatales). Hoy la neuroeducación alcanza a todo ese amplio y, en el terreno
específico de la educación, casi desconocido arco vital del ser humano.
Con todo
lo que antecede, es claro, como ya he señalado, que lo que enciende el
aprendizaje es la emoción y, en ella, la curiosidad y, luego, la atención. Pero la atención no se puede suscitar
simplemente demandándola, ni la curiosidad tampoco. Hay que evocarlas desde
dentro del que
aprende.
Hoy
comenzamos a saber que lo que llamamos curiosidad no es un fenómeno cerebral
singular, sino que hay circuitos neuronales diferentes para curiosidades diferentes, y que no es lo
mismo la curiosidad perceptual diversificada, aquella que despierta de modo común en
todo el mundo cuando se ve algo extraño y nuevo, que aquella otra conocida como curiosidad
epistémica, que
es la que conduce a la búsqueda específica del conocimiento.
Y
lo mismo podemos decir sobre la atención, cuyo sustrato cerebral nos lleva hoy
a reconocer la existencia de muchas atenciones cerebrales. Atenciones que van desde la atención básica, tónica, que es la que todos
tenemos cuando estamos despiertos, a aquellas otras de alerta, de foco preciso (ante un peligro), orientativa (buscar una cara entre cientos), ejecutiva (la del estudio), virtual (procesos creativos) o digital (utilizada en internet).
Fig. 2: Niños alegres en clase. Fuente: http://www.imagui.com
Y es
claro, además, que todos estos procesos difieren en el niño y el adulto, y aun
en el niño para cada edad. Claramente el tiempo atencional que precisa el niño no es el mismo que
el requerido por el adulto para atender una percepción concreta simple o
aprender un concepto abstracto altamente complejo. Precisamente, conocer los tiempos
cerebrales que se
necesitan para mantener la atención a cada edad o periodo de la vida puede
ayudar a ajustar tiempos de atención reales durante el aprendizaje en clase de una
manera eficiente. Y también conocer cómo estos tiempos
pueden ser modificados.
Y lo
mismo que el aprendizaje consiste en momentos seriados de asociaciones de
fenómenos o conceptos que se repiten en ese juego mental de aciertos y errores, memorizar
requiere también de repetición constante de lo ya aprendido. El maestro o el profesor universitario
hoy comienzan a utilizar adecuadamente fórmulas que pueden ser enormemente
útiles en esa memorización de lo aprendido.
Neuroeducación
alcanza pues a todo el arco de la enseñanza, desde los niños de los primeros
años a los estudiantes universitarios, o en la enseñanza de formación
profesional o de empresa. Y, por supuesto, también a los maestros y los
profesores, sobre la forma más eficiente de enseñar. La neuroeducación comienza
a poner en perspectiva, más allá de los procesos cerebrales mencionados como la
curiosidad y la atención, otros factores como la extracción social de la
familia y la propia cultura como
determinantes del aprendizaje.
Y, más
allá, la neuroeducación intentar destruir los neuromitos (falsos conocimientos extraídos de la neurociencia) y conocer la influencia de los
ritmos circadianos, el sueño y
su poderosa influencia en el estudio, o factores tan importantes como la arquitectura del colegio, el ruido, la luz, la
temperatura, los colores de las paredes o la orientación del aula.
Y también
ayuda a hacerse preguntas como estas: ¿Por qué los niños están siempre
preguntando? ¿Se puede enseñar por igual a niños crecidos en culturas y de
etnias diferentes? ¿Hay que ser de raza judía para ser académicamente
brillante? ¿Por qué el ambiente familiar de estudio es tan determinante en las
capacidades de aprender de los niños? ¿Se puede memorizar mejor durmiendo
mejor? ¿Qué hace que se aprenda y memorice mejor si uno se equivoca más? ¿Por
qué es más interesante una pregunta brillante que una contestación brillante?
¿Por qué hoy la letra con sangre ya no entra? ¿Es lo mismo enseñar arte o
matemáticas, medicina o derecho, fontanería o filosofía? ¿Cómo enseñar que hay
dos formas cerebrales de aprender matemáticas? ¿Podrán los nuevos ordenadores
de alto procesamiento (relación y reconocimiento personal del estudiante)
sustituir a la relación maestro-alumno?
De este
modo y por este camino, la neuroeducación se adentra en el conocimiento
de aquellos cimientos básicos de cómo aprender y memorizar, y cómo enseñar. Y cómo hacerlo mejor en todo el arco
de adquisición del conocimiento y los múltiples ingredientes que lo
constituyen. Dilucidando así los entresijos de la individualidad y las
funciones sociales complejas, el rendimiento mental, el desafío cerebral de
Internet y las redes sociales, o cómo llegar a ser un maestro o un
profesor excelente. Añadiendo
a ello la formación del pensamiento crítico y analítico, y, más allá, el
pensamiento creativo. O evaluando en los primeros años a niños que sufren procesos
cerebrales o psicológicos que dificultan el proceso normal de aprendizaje, para
permitir así aplicar tratamientos tempranos muy eficaces.
La
neuroeducación es, pues, un campo de la neurociencia nuevo, abierto, lleno de
enormes posibilidades que eventualmente debe proporcionar herramientas útiles
que ayuden a aprender y enseñar mejor, y alcanzar un conocimiento mejor en un
mundo cada vez de más calado abstracto y simbólico y mayor complejidad social.
Facilitar
todo esto requeriría la creación de una nueva figura profesional, aquella del neuroeducador, que analizaremos en un nuevo artículo
la próxima semana.
Y a continuación, también, la segunda parte de su entrevista en La 2:
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