ABEL MARTÍNEZ OLIVA
Así
se llamaba nuestro compañero asesinado en acto de servicio. Treinta y seis años
segados de golpe por el acero penetrante de un cuchillo que buscó el corazón de
Abel sin titubeos. Una familia leridana destrozada que llora su falta en el
barrio de Cappont, todo él vestido de luto y sumido en la incredulidad de unos
hechos que marcan una nueva etapa y establecen el antes y el después de… Abel.
Los
minutos de silencio suman ya a estas alturas horas y días, pues las fronteras
levantadas para crear diferencias no resisten el envite de la solidaridad, que
reparte y extiende por igual el dolor entre las conciencias de sus hermanos de
profesión, que con rabia contenida, estén donde estén, se unen al sentimiento de
desolación y de gran pena que invade a los más cercanos a nuestro compañero
Abel.
La
profesión no puede mirar hacia otro lado ante estas circunstancias tan
terribles que llenan de angustia y de incertidumbre nuestro presente y nuestro
futuro. Son unos hechos que ponen en cuestión muchos dogmas asumidos desde hace
años como una necesaria evolución hacia no se sabe qué en estos momentos, pues
para algunos docentes se puede haber alcanzado el límite que marca un pronto
derrumbe ideológico de tantas justificaciones de fines, y puede que de
sinrazones.
Nuestro
compañero Abel, trotamundos moderno en busca de una estabilidad laboral que
nunca alcanzó, dejó un rastro reconocible, especialmente ahora que ya no está
con nosotros, en bastantes instituciones en las que la asignatura de Historia
quedaba confiada a la responsabiidad del viajero en la distancia. Así, Sitges,
Sant Pedor, Mollet, Barcelona… fueron testigos del paso fugaz de Abel en busca
de su “dorado”, siempre sumido en sus pensamientos durante trayectos infinitos
que se vieron truncados una mañana del 20 de abril de 2015.
Un
día triste para lel IES Joan Fuster de Barcelona, en el Barrio de la Sagrera,
pero más triste aún para su familia, esposa, hijos, padres y hermano. Una
muerte absurda y especialmente evitable. No basta con el pésame de Ángel Ros,
alcalde de Lérida, ni con las condolencias de Irene Rigau, Consejera de
Educación. Ni siquiera basta con los homenajes y cientos de minutos de silencio
por toda España. Hay mucha incompresnsión y menosprecio en la profesión. Abel
era un Funcionario Interino que estaba ejerciendo su profesión en su centro de
trabajo. Abel salió de su clase a prestar ayuda a quien la pudiera necesitar y
se encontró cara a cara con la muerte. Abel fue asesinado en acto de servicio.
Abel ya no está con nosotros.
Sólo
los titulares generados por sus compañeros acompañan a Abel en el viaje hacia
el más allá. Sin embargo, los que hacían sus trayectos infinitos en busca de su
“dorado” no le prestan el reconocimiento que correspondería a un funcionario
público que en acto de servicio pierde la vida. Por ello, sus compañeros de
toda España, afligidos doblemente por su pérdida y por el trato desleal que se
ofrece, reclamamos que su nombre figure ligado para siempre a la Gran Cruz de Alfonso
X.
DESCANSE EN PAZ
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